“¡Jóvenes, comprometeos humana y cristianamente en cosas que merecen esfuerzo, desprendimiento y generosidad! ¿La Iglesia lo espera de vosotros y confía en vosotros”. (Juan Pablo II a los estudiantes en el “Instituto Miguel Ángel” de México, D. F. 30-I-79).
¿A quién le sobran fuerzas para acometer empresas que valgan la pena? ¿Quién tiene el corazón grande? ¿Qué hombres son los que pueden actuar con un interés superior a los intereses egoístas? Sólo es así el hombre joven.
Comprometerse es darse. No es dar dinero, o tiempo, o el nombre... No es sólo eso, sino algo más: poner la vida al servicio de algo, aportar lo único que nadie puede poner por mí, yo mismo. Y después de ponerme yo, poner lo mío. Tal capacidad sólo merece ser ejecutada por cosas que valgan la pena, cosas que por eso mismo cuestan y sólo se hacen realidad con “esfuerzo, desprendimiento y generosidad”.
No es preciso pensar en tareas hercúleas o en aventuras de ciencia-ficción. El compromiso del cristiano está en servir, y la vida diaria se encarga de presentar las ocasiones. Servir a todos, los más cercanos y los menos, los más necesitados y los menos, los más queridos y los menos; servir humanamente, ayudar, levantar, sostener, y cristianamente, es decir, por Dios. En la palabra sevicio se resumen todos los compromisos de un cristiano, de un hombre hecho a la medida de Cristo, que dijo “no he venido a ser servido sino a servir” (Mt 20, 28).
1 comentarios:
Bonita reflexión!
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